lunes, 21 de enero de 2013




Caribeñidad
en la poesía:
         polifonía
     a mil voces
Yesid Contreras Beltrán
I
     La poesía tiende sus linderos en las tierras donde florece, en los oídos que la viven y la escuchan, en la lengua que la moldea con sus palabras, sus ritmos y evocaciones. En nuestro Caribe, la poesía, antes que papel y tinta, era arena y aguasal, palmera y plantación, canto de la especie humana cromada por todas las razas: negros, blancos, tainos, caribes, mayas... La poesía caribeña es voz y silencio, ciudades y arenas y sales insulares, voces múltiples, lenguas renacidas en su simbiosis de sonidos y vertientes. Su cronología y la poética van de la mano con la historicidad, con la palabra renovada y novedosa surgida de las entrañas de las lenguas, los idiomas que las moldean, las hacen vibrar y las cimienta con sonidos nuevos y cruzamientos de ruptura lingüística y rebeldía social, todo bajo un prodigioso caudal de culturas. Pedro Ureña, lingüista dominicano de la Universidad de las Antillas y Guyana (Guyana Francesa) resume la idea: “existe una gran cultura caribeña, una macrocultura, compuesta por muchas microculturas”.

     El Caribe se colocó con perfil propio en el mapa poético en el siglo XX: resulta insuficiente, pero necesario para palpar la nueva centuria de la poesía caribeña, evocar bardos representativos como Nicolás Guillén y Luis Palés Matos, reivindicadores de la raíz afro en las letras, de su presencia en la cultura caribeña de habla hispana en sus natales Cuba y Puerto Rico. Aimé Césare de Martinica y al Premio Nobel de Literatura Dereck Walcott, de Santa Lucía, a nombre de los países anglo y francófonos en principio, aunque el creole y el patois se deslinden de las lenguas maternas para ser soberanas en el ejercicio de sus hablantes caribeños, mientras el papiamento de las Antillas holandesas amalgama idiomas de Europa con voces de África.
     Una de las estrofas de “El Himno sin nombre” (de las Antillas Neerlandesas) dice en papiamento:

Un shelu semper kla, laman ta invitá, e islanan ta  wowo dje kadena di unidat Idiomanan distinto, papiá
Ku komprenshon, mes ternura: "Sweet antilles" "Dushi Antia ta".

Cuya traducción diría:

Bendita con cielos soleados y claros mares de bienvenida,
cada isla es un eslabón que forma una cadena de unidad.

Pueden diferir en su propio idioma, y reunirse en un sentir común:
Sii unos dicen "Dulces Antillas”, otros dirán "Dushi Antia ta".


     La vastedad de dos mil islas, un gran archipiélago, y miles de kilómetros de costas continentales integran la geografía del Caribe: elemento primigenio que nos aproxima a una identidad multicultural de una región de agua salpicada por ínsulas y litorales del continente, pobladas por hombres y mujeres de raíz diversa. Un marco geográfico desmesurado, vasto como el mismo mar que lo bautiza.

     La poesía nos aproxima al concepto de caribeñidad a través de un elemento telúrico: no hay versos, ni canto, ni literatura sin alusión, inclusión y persistencia de un paisaje alucinante, de una fauna con tintes fabulosos, de un mar de belleza y furia conjugadas; de ciudades, barrios y calles pertrechados entre playas y olas y palmeras, entre vientos apacibles y vendavales incontenibles como los huracanes.

 Un poeta de Bahamas, Marion Bethel, nos habla de sus orígenes, que también son nuestros:

Renacimiento taino

Si tú plantas bejucos de yuca
en un cayo de coral de un mar poco profundo
tus manos calentando el lomo

de una cordillera submarina


Si caminas en un cayo de coral sabiendo
que tu pie masajea un aplastado

pico de montaña, si nadas

en un mar poco profundo oliendo
lamiendo un musgo intemporal


si te acuestas en un cayo de coral

de un mar poco profundo sintiendo
el peso y la maravilla

de doscientos millones de años

de arena viviente es probable que seas
un taino o bahamés vuelto a nacer.


II

     Nuestro archipiélago cultural, poblado de diversidad, es decantado por lenguas diversas, europeas y autóctonas, que marcan su poesía, expresión que tiene como base primordial la palabra, escrita u oral. Desde los dialectos múltiples del castellano, el inglés, el francés, el holandés, el portugués; hasta los idiomas nativos, extintos por desuso o estrangulación cultural, que dejaron su huella léxica, semántica, fonológica, gramatical, al igual que las lenguas de allende el mar propias de los esclavos africanos, que perviven en nuestros días con voces en el español, y en los idiomas franco o anglofónos, el creole y el patois parlantes en el mundo caribeño. Además del maya, idioma vivo, anclado en el Caribe por inmersión geográfica en la Península de Yucatán.
Historia
Makuanta la abuela grita

¡Rápido, corran niñas!
Saquen las alanías, los gorros,
las maracas,
las ramas secas de olivo y albahaca,
los tabacos y los nudos de colores.

Corran conmigo alrededor de la casa,

Echemos muuuuucha arena,
muuuucha por entre las piernas,
koo, koo, koo.

Váyanse espíritus malvados,

váyanse, este es mi mundo.
la abuela soñó amaneciendo,
va a pasar pronto,
está amaneciendo.

Soñó con un caballo y en su lomo una cruz.
¡Váyanse espíritus malignos,

váyanse, este es mi mar y mi cielo!
Llegó la cruz y se quedó
golpeando maracas,
ramas secas,
alanías y nudos de colores.

Atala Uriana, Venezuela, Nación Wayuu

     La vastedad caribeña, telúrica y cultural, marca con fuego su etos (ethos), su identidad múltiple. Y esta impronta la ciñe con sentido de humanidad, atañe a su expresión poética, la marca, la corona, la penetra. La caribeñidad es un arco telúrico que lanza palabras hiladas en poemas desde todos los rincones, y las organiza en una cromática alabanza de musicalidad, de expresiva potencia, de realidad vertiginosa y exuberante, de miseria, desolación, tristeza, carnaval, desmesura, desbordamiento de la voz que canta, de la oralidad melodiosa, de la conjunción de música, pensamiento y palabra.

     La identidad caribeña en la poesía existe entre isla e isla y las costas del continente, salta entre la universalidad y la historia patria, emerge en la suma de esas historias. En el siglo XXI la caribeñidad es, existe con su perfil propio. Anda y desanda sus caminos consciente de su propiedad, de su particularidad, de su pasado y de su presente: vive su futuro. Ya se encuentra en sí misma, asume su dimensión propia y no mendiga reconocimientos: los poetas jalan sus hilos y los tejen con sus palabras, con sus obras: se escribe en las islas pequeñas del oriente caribeño, en las Antillas mayores, entre las palmeras y las ciudades perturbadas por la modernidad o ajenas a ella, pero igual en las grandes metrópolis con la añoranza del mar lejano y su gente festiva y desbordada. También en las tierras amerindias del continente costero: tanto en el istmo centroamericano como en el extenso e intenso litoral colombo-venezolano-guyanés.
La poesía es inherente al hombre, y por sí mismo, en la medida de su consciencia ontológica, crea y lanza sus poemas al mar proceloso de una globalidad agresiva, opresiva, que no sólo es cultural: intenta aplastar y homogenizar hasta la mínima expresión individual o colectiva. Pero la poesía se le escapa por las rendijas que no ve la dictadura que aprieta a la humanidad y se percibe entre los espejismos de la modernidad consumista y alienante.

     En el siglo XXI la amalgama caribeña no busca ser reconocida, con su poesía se ubica en un mundo globalizado que excluye a todas las razas y países del Sur por igual, y genera diques paradójicos: los habitantes de las ínsulas caribeñas viven incomunicados entre sí, salvo el mercado; mantienen su ostracismo geográfico, salvo el mercado. En materia idiomática no existe aislamiento, salvo el mercado, nos dicen desde el inglés enrevesado del norte, limitado también a salvar su mercado. Pese a los prodigiosos avances de las comunicaciones modernas persiste la marginación de las lenguas. Pero con mayor fuerza e ímpetu los poemas nos cantan y desafían el perverso y maniqueo mercado: La poesía es humanidad.

     Las travesías poéticas de hoy tienen vías diversas: el inmenso, infinito espacio virtual, la lectura individual y sesgada en número debido a las dificultades de difusión-adquisición-circulación del libro, y la nueva oralidad: la transmisión directa de viva voz en innumerables y valiosísimos festivales de poesía que pululan por nuestras ciudades caribeñas y del mundo de habla hispana, además de otros ámbitos internacionales. Una oleada generó un Movimiento Poético Mundial, del cual hacen parte 117 festivales internacionales de poesía, 103 proyectos poéticos y mil 232 poetas de 134 países, incluidos muchos caribeños.
Las lecturas son vertiginosas, la poesía está al alcance de la mano en la internet. Es tan vasta que necesitamos enfocarnos en nuestra cuenca caribeña, para no ir a la vastedad hispanoamericana. Seamos lectores y juglares. La expresión poética brota por doquier. Atengámonos a una máxima acuñada por quien traza estas palabras:

Sin poesía no hay humanidad.

     Hay esfuerzos de compilación que no todos conocemos, que a veces, lamentablemente, sólo conocen los poetas y los estudiosos. Buceando en ese mar profundo hay varios ejemplos representativos de la vitalidad de la poesía universal, en la cual está inmersa la escritura caribeña:

     Una compilación de autores de Cuba, República Dominicana y Puerto Rico: Los nuevos caníbales v.2. Antología de la más reciente poesía del caribe hispano, de Alex Pausiles, Pedro Antonio Valdez y Carlos R. Gómez Beras. (Santo Domingo: Ediciones Unión/ Editora Búho/ Editorial Isla Negra, 2003).

     Poetas siglo XXI. Antología. 8.300 poetas de 171 países, por Fernando Sabido, en uno de varios blogs de este poeta, compilador y promotor del arte poético mundial tanto en la web como en varias antologías impresas en su natal España.

     Revista Prometeo, memoria del Festival Internacional de Poesía de la ciudad de Medellín, disponible en la web e impresa, con los poetas participantes en cada encuentro anual desde 1991, además de videos y otros materiales que nos dimensionan el fenómeno social que genera y puede generar la poesía.

     Los festivales de poesía en Cuba, Puerto Rico, República Dominicana, Nicaragua, Panamá, Venezuela, Colombia, y en otras latitudes del Caribe, coadyuvan a romper el aislamiento, a trenzar los poetas y propagar la poesía que se escribe en cada esquina del Caribe, a difundirla por los cuatro vientos. Entre muchos festivales, resalto uno porque acumula 21 años de realización, porque es de Colombia, porque se ha perfilado, disculpen el sano nacionalismo, como uno de los más relevantes para proyectar la poesía como un ente vivo polifónico: el Festival Internacional de Poesía de Medellín. Su particular y pionero aporte, fue y es programar lecturas de viva voz de los poetas participantes en parques, auditorios, calles y puntos de reunión de la ciudad, con lo cual la poesía se toma las calles y se hace partícipe de la cotidianidad, hasta el punto que ha creado una cultura amorosa entre gente que vivía ajena al poema, a la tersura de las palabras, a la inmensidad de los humanos cuando cantamos juntos, cuando trasmiten sentimientos y emociones, por medio del arte de la palabra, el ars verba de la poesía. Este buen ejemplo ha cundido en otros encuentros poéticos: llevar la obra y las voces a los escuchas ansiosos de palpar la poesía en directo, en comunión con sus interlocutores, a los lectores y escuchas voraces de versos y poemarios. En esa ciudad colombiana, alguien tuvo la idea de pegar hojas de papel en los troncos de los árboles con versos y poemas breves. Evoco que nosotros, caribeños, latinoamericanos, somos ingeniosos en esas lides: en Londres, un colectivo de artistas chilenos lanzó desde un helicóptero cien mil hojitas con poemas sobre una multitud ansiosa que participaba en julio pasado del festival 2012 del Southbank Centre's Poetry Parnassus.

     Recapitulemos: los ejes de la poesía caribeña pasan por un estro telúrico, una dimensión lingüística determinante, además de una asimilación técnica y retórica de vieja data (herramientas en que el poeta debe ser conocedor y diestro, aunque aparecen entre paréntesis hoy día en el ancho universo de la poesía).

III

     Un último elemento pasa por la conjugación, en versos y poemas, de los avatares de la historia de los países y naciones del Caribe, la búsqueda de su identidad y su independencia, la andadura en pos de sociedades que superen la injusticia social, la pobreza y la miseria, la marginación, la violencia, la incursión en la conducta antisocial como expresión de la supervivencia ante la dictadura del mercado y la sacrosanta propiedad privada, abyecta porque contrasta con la indigencia masiva o la pobreza selectiva.

     Como punto de partida podemos enunciar que no hay poesía sin poética ni poética sin política”. Sin ser un principio, ni una verdad inamovible. A este axioma respecto a la poesía, expresión de índole social que se expresa en la voz individual, podemos agregar que no hay poeta sin poética y sin política. Como tampoco hay poesía sin política. Ojalá que pudiéramos hacer política con poesía, pero los vates somos pobrecitos poetas, como proclamara el inolvidable salvadoreño Roque Dalton en el título de una novela póstuma.

     Esta tesitura es el punto más polémico en busca de una identidad caribeña en la poesía del siglo actual, que por contraste cronológico debe ser joven, escrita por jóvenes, incluidos también los de espíritu. No ha lugar a dudas: el ser político, el animal político nos acompaña en todas las dimensiones humanas y salta de repente también en los versos. Es inevitable. Quizás se puede aceptar la negación y los detractores ante el poema político, a veces propagandístico: los hay buenos también, aunque a veces caen o decaen en una calidad cuestionable a cambio de un mensaje necesario desde el punto de vista del escritor, de su ideología y ser social.

     Pensemos este poema de Althea Romeo Mark, un poeta de Antigua y Barbuda:

El Náger* Man
El brokrah ** man blande
el látigo sobre una espalda.
El náger man blande
el látigo sobre una espalda.
Cuando la esclavitud ya hacía mucho
que se había ido.
Colonialismo, independencia,
identidad cultural.
El náger man blande
el látigo sobre una espalda.
* Nager: Habitante negro de las Antillas en el patois de Antigua y Barbuda.

** Brokrah: Terrateniente blanco en el patois de Antigua y Barbuda.

    Meditemos con June Beer, poeta miskita, estos versos traducidos del creole:

               Poema de amor
 
Óscar, me sorprendiste
Pidiéndome un poema de amor.
 
Haré un canto de amor a mi patria,
Pequeño país, lucero gigante,
Esperanza de los pobres, jaqueca de los ricos.
Más pobres que ricos en el mundo,
Más pueblos quieren mi patria.
 
Mi patria se llama Nicaragua,
A mi pueblo entero lo amo:
Negros, miskitus, sumus, ramas y mestizos.
Ya ves, mi poema de amor es completo:
Como puedes ver, también te amo.

     En síntesis, la Caribeñidad en nuestra poesía hoy por hoy es una vertiente de la universalidad poética, y aunque quisiéramos no puede padecer autarquía ni endogamia de ningún tipo. Es búsqueda de caminos renovadores o antiguos que decantan nuestros cantos por doquier. Como sumatoria dialéctica es una realidad construida a nuestra manera: con alegría y profundidad, con una babel que por inercia tiende puentes diversos para romper la insularidad inevitable, fuente de expresiones vigorosas, vigentes.

     Lo constatan estos poemas de autores casi jóvenes:

La negra
Hay una negra detrás de mis años

que mueve mis caderas cuando bailo.
Hay un hechizo que sucumbe a mis ojos:
la magia de la isla y el continente.

Me rindo con mi pelo rizado,

ya no le doy vueltas a mis labios carnosos.
Cualquier clase de tambor me pone el toque
y yo le contesto con aromas diferentes.

Diosa, cumbia, samba, mambo,

no tiene nombre todo el ashé que enciende.
Acá llegó mi mama diciendo que era blanca,
y nadie le creyó cuando nació la negra.

Lucy Chau (1971), Panamá

Brodel sangre
Decir brodel sangre,

es decir que'l brodel está viviendo
en la misma película de acción,
en la misma hisla que tiene como historia
una invasión,
una población aproximada de cuatro millones,
un sector llamado Santurce,
en donde vive mi jeva gris.
En donde usté también encontró su nido de amor,
(su cueva, en realidad)
y comenzó a echar raíces como un desesperado árbol.

José Raúl González (1974), Puerto Rico

¡Antillas!

Y quien dice ¡Antillas!, dice
Rosario de resignaciones, quédate
parado en la cresta de tus antiguas olas,
o anda como un lázaro de cuatro centavos,
o sumérgete en el lago agonizante de un suspiro,
o huele lo que vuela en el viento ululante.
Ven a ver las mujeres de tus islas, las bellas
sonrisas de ojos tan oscuros que dan sueño;
sal a sentir la sal de este mar de soles,
sal de ese salón donde un pródigo solenodonte
cacarea palabras descascaradas,
y después vuelve a gritar
¡Antillas!
a los cuatro vientos, a los siete caminos,
a las treinta y seis ocasiones de amar la vida,
y ponte a amar esta encervezada, enrevesada, embelesada
vida de las islas, donde errar es lo correcto.

Con manos de calamita, dinamitas calamidades
largas como mentirse a los veinte años,
como tratar desnudos con fantasmas desilusionados,
como la cuesta abajo de esa pasión llamada impaciencia,
y concluyes que es peor sobresalir que sobrequedarse abajo
a llenar llantas con llantos de aire y humo,
desencantado de todo, y sobre todo,
de las togas con troneras, de las sillas heredadas,
de esa inefable manera de no ser nadie
en estas islas de pan francés,
de pañales españoles para ingles inglesas,
islas de no-se-sabe-quién-dijo-islas-primero!
porque, si naciste allí, no has nacido todavía.
Manuel García Cartagena (1961), República Dominicana

Para terminar lanzo un axioma:

La caribeñidad es una polifonía a mil voces desde el borde de nuestras lenguas entrecruzadas, convergentes y autónomas. Creadoras, barrocas y sencillas olas en el mar de las palabras.
Noviembre de 2012