lunes, 22 de febrero de 2010

Bicentenario y Centenario


2010 es el año clave de las efemérides históricas de México. Por casualidades de la historia, se conmemoran 200 años del inicio de la lucha por la independencia, y un siglo del inicio de la Revolución.
Una anécdota simboliza la cosificación de los aniversarios por quienes pretenden reducir o tergiversar los alcances de estos hechos históricos, y refleja el descuido e improvisación en la conducción del país: el billete conmemorativo de cien pesos tiene un error garrafal al trascribir una de las frases que simboliza el contenido de la Revolución iniciada en 1910: dice en una esquina “sufragio electivo y no reelección”, trocando efectivo y agregando una horrible letra Y al lema de Francisco I. Madero que resume la bandera política inicial de ese proceso, falla imperdonable, dado que los bosquejos y formatos del papel moneda son revisados por muchas personas antes de pasar a su costosa impresión.
Algo similar sucedió en Chile con una moneda en que apareció la palabra Chiie, por lo cual fue destituido el responsable de la emisión y empleados relacionados con el magno error. En la nación azteca no pasó nada y se redujo a un hecho menor. Algún funcionario del Banco de México justificó el hecho diciendo que “fue un error en el archivo de cómputo” y cerró el capítulo sin más explicaciones, por lo cual 50 millones de billetes circulan con una errata que tergiversa el significado y el alcance de la famosa frase, al tiempo que denota la ignorancia (¿o mala intención?) de quienes lo revisaron, al remplazar la coma por la conjunción. La reimpresión costaría 60 millones de pesos (un peso con 20 por cada billete). Por esa razón, aparte de lo injustificable del hecho, el asunto fue sepultado con una escueta confesión, naufragada en el mar de actos fastuosos que arrancaron en febrero en todo el país con motivo de los dos aniversarios.
Los enfoques de lo que debe ser una conmemoración de dos hitos en la historia mexicana difieren de la pretensión de festejo que le quiere imprimir la clase política, tanto los estados como en todo México.
La ruta de una llama conmemorativa nacional tocó tierras quintanarroenses el pasado 5 de febrero. Como es costumbre, la presencia de los altos funcionarios redujo el simbolismo a un acto protocolario, con reducida asistencia de la población a sitios de la capital como el monumento de la Patria, la glorieta Leona Vicario y la explanada de la Bandera, frente a la bahía de Chetumal.
En la Ciudad de México el programa presentado por el presidente Calderón tiene el sello de una visión estática, momificada de los dos hechos trascendentales: Actos estilo televisa, hechos para desvirtuar los alcances de las dos fechas en la vida del país. Fiesta con la banalidad propia de artistas que representan el circo (sin pan) para quitar los profundos significados y actualidad de las dos gestas de nuestra historia. Desde los monumentos erigidos en el Paseo Reforma, ajenos por completo a la historia, salvo el nombre, hasta la edición de uno que otro libro y la contratación de un australiano para organizar el 15 de septiembre, aún por encima del coordinador nacional de los actos conmemorativos, Juan Manuel Villalpando, quien debió explicar a los medios la presencia de ese especialista en preparar Juegos Olímpicos.
Entre más de dos mil actividades a efectuarse todo el año, figura el audio-visual "Orgullosamente mexicanos", que será difundido en los 32 estados, mensajes alusivos a los aniversarios a través de celular (¡) y una galería en el Palacio Nacional titulada México, 200 años. Lo más destacable es la publicación y difusión masiva de la obra Viaje por la historia de México, de Luis González y González, y Discutamos México, varios programas de radio y televisión, con participación de 500 especialistas, que ya reflejaron sus diferencias en torno a los sucesos históricos.
El centro del país tendrá un Parque Bicentenario en la antigua refinería de Azcapotzalco. En Quintana Roo tenemos el insolente proyecto de un Parque Bicentenario, que de conmemoración sólo tiene el nombre, en el cual se empeñó el alcalde de Benito Juárez a costa del ecocidio de una inmensa zona verde en Cancún y un costo de 280 millones de pesos, que aumentará el déficit municipal de la ciudad más joven del país, la cual, debido a la actividad turística, merece reforzar su identidad cultural e histórica y pertenencia a la nación, valores que van más allá de la construcción de edificios para albergar los poderes (catedral y palacio), para que no sea avasallada en el estilo de vida de los visitantes extranjeros estadunidenses y europeos.
Los aniversarios de dos magnos hechos de nuestra historia deben romper el estrecho marco de fiesta que le quieren imprimir, y deberían ser un esfuerzo por difundir y enseñar a todos los mexicanos el valor y vigencia que tiene el proceso de Independencia, y con más fuerza aún por la cercanía cronológica, la vigencia de la Revolución mexicana, desvirtuada hoy por la historia oficial y por las andanadas de la derecha clerical y yunquista, que continúan eliminando las transformaciones sociales y los altos contenidos de derechos y progreso social que marcaron en la historia de México los sucesos iniciados en 1910.
Los postulados de la Revolución mantienen plena vigencia entrado el siglo XXI: más de 60 millones de mexicanos viven en la pobreza y ratifican que el camino iniciado hace un siglo aún está pendiente de concretarse en el bienestar, resumido en los más grandes objetivos trazados entonces y todavía sin cumplirse: la justicia social y la democracia política.